Por Joana Zárate (3ºA)
La adolescencia es una etapa en la que vivimos con mucha intensidad y en la que aprendemos a sobrevivir. Cada persona la pasa a su manera, pero la mayoría vivimos y pasamos por situaciones parecidas. Tenemos más inseguridades, más problemas en casa, las hormonas, los estudios, hacemos muchas locuras.
Muchos nos hacemos pasar por personas que no somos para agradar a los demás, para encajar en los grupos, para no ser considerados «raros». Tenemos miedo a ser juzgados. Nos hacemos los fuertes delante de los demás cuando en realidad por dentro estamos destrozados.
Las redes sociales son otro gran problema. Estamos constantemente comparándonos, diciéndonos: «¿Por qué no soy como esa persona?», «¡Yo quiero ser así!». Y esto se traduce en comportamientos que nos hacen daño física y mentalmente, como dejar de comer para vernos más flacos y autolesionarnos para castigarnos. Nos esforzamos tanto en el qué dirán que nos olvidamos de nosotros mismos, de lo que queremos, lo que nos divierte, lo que nos hace sentir bien y únicos.
A veces, me he sentido como una pelusa. Una de esas que barres para luego darte cuenta de que sigue ahí. Una de esas que parece que no tiene ningún propósito aparte de molestar y que no aporta nada, que realmente ni suma ni resta. Pero no somos pelusas. Somos personas, y todos tenemos valor aunque tengamos malos momentos.
Lo mejor que puedes hacer es no darle tantas vueltas y empezar a encontrarte, intentar no tener pensamientos negativos hacia ti, ya que la única persona que va a estar contigo siempre vas a ser tú y nadie más. Y recuerda que nada dura para siempre, ni lo bueno ni lo malo.